Hace unos días, en la Mancomunidad de Zalla acompañadas en todo momento por la Fundación EDE , nos reunimos con un grupo de mujeres cuidadoras.
Fuimos allí con una intención clara: escuchar.
No a través de encuestas. No desde la distancia técnica. Sino con presencia, con pausa, con atención. Porque escuchar —escuchar de verdad— es una forma de reconocimiento. Y también, un acto político.
Lo que ellas nos compartieron no fueron simples anécdotas. Fueron relatos profundamente humanos que nos obligan a mirar de frente una realidad que muchas veces evitamos: la del cuidado cotidiano, invisible, constante, que sostiene la vida de miles de personas en situación de vulnerabilidad, muchas veces incrementando la vulnerabilidad social de quien cuida. Menuda paradoja.
Una mujer portuguesa nos dijo: “Para mí no son viejos ni números, son personas”. En esa frase sencilla se encierra toda una ética del cuidado. Una ética basada en el vínculo, en la humanidad del otro, no en su función, ni en su diagnóstico.
Otra mujer nos habló de cómo cuidar es también respetar los silencios, tantear, negociar con la persona cada paso. “Lo mío es vocacional, pero eso no quiere decir que no deba prepararme. Quiero hacerlo bien.” Ella entiende que el cuidado es un saber, un conocimiento relacional que exige formación, sí, pero también sensibilidad.
Una mujer del pueblo planteó algo profundo: que el cuidado debe ser un vínculo bidireccional. “Tiene que haber respeto por ambas partes.” Nos recordó que vivimos deprisa, que “cuidar no está de moda”. Y sin embargo, sin cuidados, no hay mundo posible.
Una mujer brasileña nos recordó que hablar, estar, empatizar, tomarse el tiempo, también es cuidar. Que el cuidado no siempre se ve, pero se siente. Que no se mide en productividad, sino en presencia. Y a muchas veces, en su labor diaria esto no se entiende.
Juntas llegamos a esta conclusión: “Somos servidoras públicas aunque no os pague la administración.” Y tienen razón. Las cuidadoras sostienen tareas fundamentales para el bienestar colectivo, sin reconocimiento social ni económico acorde.
Cada testimonio abrió una grieta en la narrativa dominante. Nos mostró que el cuidado no es una tarea secundaria, ni una cuestión exclusivamente individual o familiar, relegada al ámbito privado del hogar. Nos interpela a todos. Es un asunto colectivo. Es un asunto estructural. Y por tanto, es un asunto político.
¿Qué dice de una sociedad el hecho de que no reconozca, ni cuide, a quienes cuidan?
Dice que aún no hemos entendido lo esencial. Que seguimos organizando nuestras prioridades desde una lógica productiva, adultocéntrica, que valora lo visible, lo rápido, lo eficiente… pero no lo que realmente permite que la vida continúe.
Lo que nos contaron estas mujeres no puede quedar solo como una experiencia inspiradora.
Debe convertirse en materia prima para repensar nuestras políticas, nuestras organizaciones e instituciones y nuestras relaciones.
Porque mientras el cuidado se mantenga como algo «natural», casi siempre femenino, no remunerado o mal remunerado, seguiremos cargando sobre los hombros de unas pocas la sostenibilidad de muchos.
Pero hay otra posibilidad. Escuchar sus voces no sólo nos interpela, nos muestra el camino:
Podemos construir modelos de cuidado que sean comunitarios, horizontales y dignos.
Podemos redistribuir el cuidado entre géneros, generaciones y estructuras.
Podemos reconocer el saber de quienes cuidan e integrarlo en procesos formativos y de toma de decisiones.
Podemos poner la vida, y no la eficiencia, en el centro.
Nada de esto es fácil, ni inmediato. Pero todo empieza por algo fundamental:
dejar de hablar sobre quienes cuidan y empezar a hablar con ellas.
Escuchar, como dijimos, no es un acto pasivo.
Escuchar es un acto político.
Y reconocer lo que se escucha, actuar en consecuencia, es un compromiso con el tipo de sociedad que queremos ser.
Este encuentro no cierra una conversación. La abre.
Nos obliga a preguntarnos:
¿Cómo sería una sociedad que cuida a quienes cuidan?
¿Cómo sería un mundo donde el cuidado esté en el centro de las decisiones económicas, sociales y políticas?
Ese mundo no es una utopía. Está en proceso de siembra, está en los relatos que escuchamos.
Nuestra tarea ahora es hacerlos germinar. Una tarea de todos; desde quienes redactan las leyes, desde los programas municipales, desde las organizaciones que gestionamos pero también desde quienes somos cuidados o lo seremos algún día. Un deber de todos.