La soledad no deseada: una herida social que nos interpela como comunidad
La soledad que nos nombra: una llamada a la comunidad “La soledad tiene forma de U”, dice el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES). Alta entre los jóvenes, desciende en la madurez y vuelve a ascender con fuerza en la vejez. A partir de los 65 años, afecta al 14,5 % de las personas; y tras los 75, a una de cada cinco.
Pero más allá de los números, hay una verdad que duele: la soledad no deseada es una herida moral, no solo emocional. Una grieta que atraviesa el cuerpo social, un espejo donde se refleja quiénes somos como comunidad.
En Bihar lo vemos cada día. Personas que nos llaman no porque no tengan a nadie alrededor, sino porque no se sienten en relación con nadie. Esa diferencia, pequeña en apariencia, es enorme en su profundidad: no se trata de llenar horas, sino de llenar vínculos de sentido.
1. Soledades con nombre propio
Las causas están bien identificadas por el Observatorio SoledadES: la pérdida de convivencia, la viudez, la distancia de los hijos, las limitaciones físicas o económicas, la institucionalización. También influye el lugar: las grandes ciudades duplican la prevalencia de soledad respecto a los municipios pequeños. Cuanto más grande el entorno, más pequeña la relación.
Sin embargo, como recuerda Marije Goikoetxea, “la soledad no deseada no se combate solo con servicios, sino con vínculos éticos: con reconocimiento, con presencia verdadera, con responsabilidad compartida”. No basta con estar al lado; hace falta estar con el otro, de manera consciente, humana, ética.
2. Las soledades que no se curan con compañía
La soledad emocional aparece cuando falta quien escuche. La soledad social, cuando no hay grupo, red ni vecindad que sostenga. Y la soledad existencial, la más silenciosa, cuando la vida pierde propósito o eco.
El filósofo coreano Byung-Chul Han lo sintetiza con crudeza:
“Vivimos rodeados de estímulos, pero cada vez más vacíos de encuentro.” En la era de la hiperconexión, la desconexión afectiva se ha vuelto estructural. Y cuando la fragilidad llega —una pérdida, una jubilación, una enfermedad— esa falta de tejido se vuelve insoportable.
El psicólogo Javier Yanguas lo expresa con otra clave: “La soledad no se cura con compañía, sino con sentido.” Quizá por eso la tarea de acompañar no sea tanto una intervención como una presencia ética: cuidar al otro sin reducirlo a necesidad, estar sin invadir, ofrecer sin suplir.
3. La ética del cuidado: responsabilidad compartida
Teresa Martínez, referente en modelos de atención centrada en la persona, recuerda que “cuidar no es hacer por el otro, sino posibilitar que el otro siga siendo él mismo”. Esa idea, aplicada a la soledad, transforma la mirada: no se trata de proteger del vacío, sino de tejer espacios donde la persona pueda seguir siendo protagonista de su propia vida.
El bioeticista Diego Gracia lo explica desde la ética de la responsabilidad: el bien no se impone, se acompaña. “No hay ética sin encuentro”, escribe. Y es precisamente ese encuentro el que falta en una sociedad que ha confundido bienestar con autosuficiencia.
Desde Bihar lo vemos con claridad: la soledad no deseada se agrava cuando la comunidad abdica de su papel relacional, cuando el cuidado se delega totalmente en profesionales o instituciones, sin que el entorno cotidiano —el barrio, el vecindario, la familia ampliada— asuma su parte de vínculo.
4. Comunidad: el antídoto olvidado
El filósofo Xabier Etxeberria lo recuerda con palabras que resuenan hoy:
“La comunidad no es una suma de individuos, sino una trama de interdependencias.” En esa trama se sostienen los más frágiles, y en esa trama deberíamos volver a reconocernos.
La soledad no deseada, como afirma el informe de SoledadES, no es una enfermedad, sino un síntoma de algo más profundo: la pérdida de lo común. Y, paradójicamente, solo desde lo común puede abordarse.
Por eso, en Bihar entendemos el acompañamiento como una forma de resistencia ética: resistir al anonimato, al silencio, al olvido. Cada llamada, cada visita, cada paseo compartido no son gestos menores, sino pequeñas restituciones de humanidad.
5. Una reflexión final: cuidar es crear mundo
Hannah Arendt decía que “cuidar es la forma más elemental de crear mundo”. Y en eso consiste nuestro trabajo, y nuestra vocación: crear mundo alrededor de quien se siente solo, recordarle que su existencia sigue siendo necesaria, que aún pertenece, que aún importa.
En tiempos donde la soledad alcanza al 20% de las personas mayores de 75 años, hablar de acompañamiento no es hablar de un servicio: es hablar de una ética de la relación. Una ética que, como escribe Goikoetxea, “solo se construye desde la vulnerabilidad compartida”.
Porque la soledad no deseada no se disuelve con compañía superficial, sino con presencia con sentido. Y ese sentido lo teje la comunidad: nosotros, los que estamos cerca.
Hay una frase de Teresa Martínez que resume lo esencial:
“Cuidar bien es reconocer que el otro sigue teniendo proyecto, aunque sea pequeño.”
Tal vez ahí esté el antídoto. Acompañar para que el otro siga teniendo proyecto. Acompañar para que la vida, incluso cuando parece vacía, vuelva a sentirse compartida.
Y en esa tarea —silenciosa, paciente, profundamente humana— Bihar quiere seguir siendo un punto de encuentro. Porque una sociedad que acompaña no solo cuida bien: también se cuida a sí misma.



